
HOMBRE-CARACOLA EN LA ISLA DEL CORAZÓN MÁGICO.
Capítulo VII
EL DÍA QUE HOMBRE-CARACOLA INVOCÓ A LA TORMENTA.
Han pasado dos semanas del encuentro con el cuervo del lago. Esperamos la lluvia como un niño a su cumpleaños, deseamos que llegue el día después de la próxima tormenta para acudir a la cita con el mágico pájaro. Hoy no hay dibujada ni una triste nube en las alturas, el sol desde su soledad impera en un cielo despejado y hace calor a pesar de que estamos en tiempos de la castaña.
He creado un círculo de piedras en una colina y en su centro he encendido una hoguera. Me he quitado toda la ropa y el calzado, tan solo llevo colgado del cuello mis amuletos de raspas de sardinas del Serrallo y mandíbulas de bacalao, son los que utilizo siempre para invocar a la lluvia aunque nunca me han dado resultado. Todavía soy un simple aprendiz de chamán y no se yo si algún día seré maestro, aunque he de deciros que a todo le pongo empeño, desde arreglar una persiana a escribir lo que os cuento…, desde amarme a bailar alrededor del fuego… No siempre consigo lo que deseo en mis rituales pero a veces he tenido algún acierto, aunque acepto siempre el fracaso con deportividad porque sin él no podría entender nunca el éxito.
De tanto danzar en circulo he perdido por momentos la conciencia y he podido conectarme con los espíritus, espero que atiendan a mis ruegos.
Se acaba mi función para las ciento cuarenta hormigas y catorce saltamontes que me están viendo, entre algún que otro grillo y otros animalejos. Se apaga el fuego y mi deseo se pierde en el universo, ahora está en manos de los espíritus, espero que de algo haya servido mi esfuerzo. Yo creo que conseguiré mi sueño, que lloverá para poder ver de nuevo al cuervo pero no os lo puedo asegurar, he de admitiros que tengo menos tino que el hombre del tiempo.
Marcharé de este lugar y me dirigiré a la casa, echo de menos a Mujer-Caracola y a los gatos, creo que por hoy no puedo hacer nada más. Mis caderas se resienten y sobre todo mis pies porque tengo clavadas unas cuantas espinas en las plantas por ir descalzo y me han salido ampollas en los dedos, por no hablar de los arañazos… No tengo dieciocho años para hacer estas cosas, pronto tendré que aceptar que aunque yo siempre seré un chaval que nunca madurará, mi cuerpo se hace viejo. Y he de asimilar que cualquier día desaparezco como lo hizo Burt Lancaster o Antonio Machín en su momento, bien sé que no hay nada eterno.
Me visto y me calzo y me dirijo a nuestro hogar, tanto Mujer-Caracola como yo hemos disfrutado lo suficiente por hoy de nuestra preciada y necesaria soledad, ahora toca compartir la vida, abrazar y besar… Mi compañera tiene encendida la hoguera, huelo el humo de la chimenea, no debo estar muy lejos de los míos.
Acelero un poco el paso porque la humedad empieza a apoderarse de mis huesos y el dios Eolo comienza a hacer de las suyas. El frio me hace recordar a los que no tienen donde refugiarse, por desgracia todos sabemos que no todas las personas duermen bajo techo, que en el mundo de la realidad no todos tenemos los mismos derechos.
No puedo correr demasiado, noto en los pies el dolor que me provocan las heridas y como os podéis imaginar, estoy como si me hubiera dado una paliza Cassius Clay en sus tiempos mozos. Aunque me sonríe el corazón porque intuyo que va a caer un buen chaparrón.
Ha empezado a chispear y eso me ha provocado un ataque de euforia. He alzado mi báculo al cielo y a pesar de mi cansancio y mis dolores me he puesto a saltar como un Masái pidiéndole al dios de la lluvia que se manifieste. Y al momento, se escuchan unos truenos de espanto y las nubes que ahora dominan el cielo se han puesto a llorar como bebés y sus lágrimas han comenzado a llenar mi caracola.
Dejo de saltar bajo la intensa lluvia y agradezco a los espíritus del bosque mi sueño realizado lanzando al viento un puñado de tierra y dos picos de pájaro carpintero.
Con muchos apuros llego a la casa y celebro con la mujer de mis sueños el gran logro. Seguidamente me quito la ropa mojada, la pongo cerca del fuego, me recompongo y me visto con una túnica que mi compañera compró hace años en Turquía, es lo que tengo más a mano y la verdad, tampoco hay mucha vestimenta donde elegir.
Nos ponemos a dormir con las manos entrelazadas esperando con muchísima ilusión que llegue el amanecer y el momento del encuentro con el cuervo del lago. Tenemos más esperanzas que nunca por reencontrarnos con nuestros seres queridos. Esta noche a pesar de mi estado creo que dormiremos felices entre los ensordecedores estallidos de los truenos y las intermitencias de las luces de los rayos. Siempre me encantaron las tormentas, su poder ante mi fragilidad me hace sentir humildad y eso es de lo más necesita el hombre moderno.
HOMBRE-CARACOLA.